miércoles, 20 de marzo de 2013

Un hombre inimputable


Que Francisco García Escalero es el presunto autor de 11 horribles crímenes (él mismo lo ha confesado), y que todos ellos los cometió influenciado por el explosivo efecto asesino que provocaba en su cerebro la ingesta de vino y pastillas, es algo que parece despertar pocas dudas. La gran decisión de la Sección 1ª de la Audiencia de Madrid, que preside el magistrado José Manuel Maza, será qué hacer con él.Se le puede considerar un enfermo mental e internarlo en un centro psiquiátrico penitenciario hasta que se cure de sus asesinos trastornos (lo que puede ocurrir nunca); ingresarlo en una prisión normal por entender que, cuando mataba, sabía lo que hacía, o dejarlo en la calle bajo tratamiento ambulatorio. La primera es la tesis más probable. Es la que postula el fiscal basándose en los informes de los psiquiatras, que le definen como irresponsable de sus actos. Es decir, que se trata de una persona inimputable. El informe forense de las diligencias así lo determina.



Sostienen los peritos que García Escalero sufría un cuadro de esquizofrenia, alcoholismo crónico y 'trastorno de la inclinación sexual en la que se mezclaban homicidio y agresión con objeto cortante, intentos de suicidio, lesiones autoinfligidas y rechazo social. Dos psiquiatras forenses mantuvieron con él varias entrevistas y descubrieron su perturbado ser tras un recorrido por su vida. Así se autodescribió Escalero:Infancia. "No era como los demás. Hacía cosas que no estaban bien. No me gustaba la gente. De pequeño me ponía delante de los coches".

Adolescencia. "Ya tenía ideas raras. Llevaba un cuchillo por las noches y me gustaba entrar en casas abandonadas. Miraba por las ventanas de los pisos para ver a las mujeres y a las parejas. Y me masturbaba".

Cárcel. "Cogía los pájaros muertos que me encontraba y me los llevaba a la celda, me sentía más a gusto".

Vuelta a la libertad. "Iba por la calle como si no existiese. No chocaba con la gente, era como si no tuviera cuerpo. Me miraba a los espejos, como si no fuera yo, no me reconocía. Oía voces interiores, me llamaban, que hiciese cosas. Cosas raras, que tenía que matar, que tenía que ir a los cementerios".

Uno de sus crímenes. "Lo maté. Estuvimos bebiendo en un parque al lado del cementerio y tomando pastillas. Me las pedía el cuerpo para poder hablar mejor. Luego le dije dónde íbamos a dormir y en el cementerio sentí las fuerzas, me daban impulsos. Cogí una piedra y le di en la cabeza, le quemé con periódicos y me fui a dormir al coche y al día siguiente al hospital. Ahora me siento como si estuviese muerto".

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