viernes, 29 de marzo de 2013

La confesión del horror


El paisaje de la campiña francesa en los alrededores de Auxerre es amable y melancólico, suavemente ondulado, a menudo neblinoso, húmedo y discreto. Entre su verdura y silencio parece imposible no vivir en paz, reconciliado con el mundo. Desde ayer se sabe que en ese paisaje y, más concretamente, en las riberas fangosas del plácido Yonne, permanecen ocultos, desde hace más de 20 años, los cuerpos de siete jóvenes, siete chicas de entre 16 y 29 años, que tenían en común el ser huérfanas y el vivir recogidas en un centro de la Ddass (Dirección departamental de ayuda social y sanitaria). Y el ser recogidas cada día, a la hora de ir al trabajo, por un autocar conducido por el mismo chófer. Su asesino.Emile Louis, 66 años cumplidos ahora, llevaba las jóvenes a sus diferentes destinos laborales: una casa donde necesitaban alguien que ayudase a hacer la limpieza, una granja que agradecía brazos a la hora de la cosecha o de recoger el ganado, una mujer mayor que precisaba que le hicieran las compras y un poco de cocina. Las siete chicas -Martine, Chantal, Christine, Françoise, Jacqueline, Madeleine y Bernadette- desaparecieron entre 1977 y 1979. Nadie las echó en falta. En sus expedientes de la Ddass figura un tajante "en fuga" a modo de explicación. Las personas o familias que las empleaban no pidieron detalles. La policía no fue advertida de la epidemia de fugas femeninas de la Ddass de Auxerre hasta que se confirmó la séptima.

La sordidez del caso comienza en la miseria sentimental y económica de víctimas y asesino, continúa en el desinterés de instituciones y personas sobre la suerte de las desaparecidas y se prolonga en la paradoja con que hoy se enfrenta la justicia que sabe que Emile Louis es el asesino pero no pueden detenerle por ello.

El chófer, acusado por el hecho de conservar en su nueva residencia junto al Mediterráneo ropas de alguna de las víctimas, acabó por confesar el pasado jueves ante el fiscal de Auxerre. "Sí, es cierto, las maté", admitió. Pero antes quiso dejar claro que si ellas se habían acostado con él, lo habían hecho libremente.

Emile Louis no recuerda con exactitud la localización de los distintos cementerios improvisados que inventó para cada uno de sus crímenes.

No hallar los cadáveres es, paradójicamente, lo que puede llevar a Emile Louis a la cárcel. De momento le pueden acusar de "rapto y secuestro", un delito que se prolonga mientras no aparezcan las secuestradas. Basta para encarcelarle. En cambio, si de pronto el trabajo de los policías permitiese encontrar los cuerpos de Martine, Chantal, Christine, Françoise, Jacqueline, Madelaine y Bernadette, entonces habría que poner en libertad a Emile Louis y dar el caso por cerrado. Sus crímenes habrían prescrito.

Si el misterio de las siete desapariciones se resuelve no será gracias a la diligencia de la justicia, de la Ddass o de la policía. Un abogado -Pierre González de Gaspard- y la asociación para la que trabaja -Adhy (asociación de ayuda de los minusválidos del Yonne)- han cargado con el trabajo de investigación, ayudados los últimos meses por un detective privado y, a partir de nuevas pruebas, por la gendarmería.

Lo más grotesco es que Emile Louis tenía las características del sospechoso ideal pues era siempre el último en haber visto con vida a las desaparecidas, es persona que luego, durante los 80, fue condenada en dos ocasiones por "violencia sexual" y "actos contra el pudor" y en Draguignan, pueblo en el que vive, son varias las personas que han testimoniado sobre la inquietante y peligrosa sexualidad de Emile Louis, lo que él mismo llama "mis pulsiones incontrolables".

Los errores, desidia o mala voluntad se acumulan en el caso de las desaparecidas de Auxerre. Un fiscal, en 1995, se negó a reabrir el caso "porque no hay ningún elemento que permita pensar en la existencia de una infracción penal"; el antiguo director de la Ddass en la ciudad de la Borgoña fue condenado en 1985 por "atentado contra el pudor" de una joven minusválida y eso no puso en duda la validez de sus anteriores silencios; los policías que hicieron la investigación no quisieron que su pesquisa implicase en ningún momento a los notables de Auxerre, esa gente que abusaba -económicamente como mínimo- de las chicas.

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