martes, 26 de marzo de 2013

El último viaje del asesino de Vitoria


Koldo no se desmoronó ante el juez. Sólo cuando las pruebas eran evidentes reconoció que había degollado a la abogada de Vitoria Begoña Rubio y clavado repetidas veces un destornillador en el cuerpo del empresario de máquinas tragaperras Agustín Ruiz, pero no se hundió. La imagen del horror y el sufrimiento de sus víctimas, el recuerdo de la sangre empapando sus ropas no provocó un colapso en su cerebro, ni mucho menos. Permaneció sereno.Juan Luis (Koldo) Larrañaga, nacido en Azkoitia (Guipúzcoa) hace 38 años, fue detenido en Madrid el sábado 29 de mayo, cinco días después del asesinato de la abogada. Separado de hecho y con un hijo de nueve años, desde hacía casi dos tenía relaciones con una dominicana en la capital de España. Esta vez no regresó a Vitoria en autobús, como solía, para dejar un reguero de sangre, sino en un coche de la policía, con un billete especial que puede llevarle a pasar los próximos 20 años de su vida en la cárcel.

Con su declaración de autoinculpación, Koldo puso el cierre a una larga década dando tumbos en Vitoria, Santo Domingo de la Calzada, Pradoluengo y Burgos. "Era hiperactivo, pero vago", dicen sus conocidos, y quizás por eso mandó al garete una vida acomodada y se adentró en el lado oscuro de los negocios, convirtiéndose en un mal timador y falsificador, en un especialista en hundir negocios, en aprendiz de camarero en un bar de putas, en comprador de perros de presa rotweiler y posiblemente en apostador de peleas de perros, y, al final, en un presunto asesino cada vez más cruel, más descuidado.

La Ertzaintza está convencida de que la lista de sus asesinatos se eleva a cuatro, pero se pregunta: "¿Empezó su serie de crímenes en Vitoria?". Larrañaga vivió en la capital alavesa su esplendor y su caída. Dejó un profundo rastro de deudas y sangre entre sus amistades y conocidos, y mostró su cara más humana en su entorno familiar, donde era considerado como un hombre de buenos sentimientos, niñero, e incluso bonachón y conformista. Son las dos caras de un todavía presunto asesino que parece como si culpara de sus fracasos a la gente que le ayudó económicamente y a los que no perdonó que un día dijeran basta, hartos de deudas y de engaños.

El crimen como retrato

Según la hipótesis sin demostrar del asesino en serie -la que atribuye a Larrañaga los cuatro crímenes sin resolver de la capital alavesa- la propia cronología y forma de los crímenes sería casi un calco de su propia vida, inconstante y descuidada. Trabajó a fondo con su primera víctima, limpiando cuidadosamente la escena del crimen, y fue degenerando progresivamente, descuidando los detalles, hasta asesinar a la abogada, a la que le dejó incluso su nombre, advirtiendo que volvería más tarde.Según la Ertzaintza, a la profesora de inglés Esther Areitio, de 55 años, viuda, a la que conocía porque vivieron muy cerca y coincidían en el Bar Androide, le robó joyas y unas 170.000 pesetas, que otra persona sacó con sus tarjetas de crédito. Pero fue minucioso en la escena del crimen. Aquel 8 de mayo de 1998 asesinó presuntamente a Esther Areitio en su domicilio y después la descuartizó en seis trozos, cabeza, tronco y extremidades, y limpió el piso. Trabajó con guantes de latex. Sobre el depósito de agua del baño apareció un cuchillo de monte, similar a los dos que Larrañaga -según los comerciantes que se lo vendieron- compró, meses después, en una armería del centro de Vitoria. La policía también está convencida, aunque de momento no tiene pruebas concluyentes, de que el segundo crimen de Larrañaga fue el del cordelero. A Acacio Pereira lo conocía porque coincidían en el restaurante Ochandiano, de la calle Francia, muy cerca de la estación de autobuses de Vitoria, en la que Larrañaga tenía una cita obligada para ir y venir de Madrid, y pegado a la armería en la que compró los cuchillos. A Acacio Pereira, de 72 años y con cáncer de hígado, le dejó supuestamente atado a una silla y con varias cuchilladas en el cuerpo el 9 de junio del pasado año. Los dos sumarios fueron archivados provisionalmente al estancarse la investigación.

Sin embargo, el 13 de agosto, Larrañaga cometió su primer gran error. Viajó a Vitoria para intentar renegociar una deuda con un empresario de máquinas tragaperras que le había prestado dos millones de pesetas, y acabó matándole, según ha confesado. Fue un crimen no previsto, también brutal, que llevó a cabo con lo primero que encontró a mano, un destornillador. Pero posiblemente se asustó. Aunque la policía no llegó hasta él, esperó nueve meses para su último asesinato.

El de la abogada, el 24 de mayo, cerró el círculo. Larrañaga dejó su nombre a la víctima, y días después la Ertzaintza le encontró un manojo de llaves del empresario de tragaperras. El arma era similar en tres casos, aunque no ha aparecido. Las piezas empezaron a encanjar, pero en este caso no había móvil claro. "¿Degeneraba o es que mató a la abogada en pago a sus deudas?", se pregunta un investigador.

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