viernes, 29 de marzo de 2013

El Gobierno británico sospecha que el 'doctor Muerte' mató a 300 pacientes en 24 años


Cuando Harold Shipman, de 54 años, fue detenido en 1998 por haber falsificado el testamento de una de sus pacientes, Kathleen Grundy, de 81 años y antigua alcaldesa de Hyde , la policía de la ciudad de Manchester abrió una de las más penosas diligencias criminales recordadas en la historia criminal británica. El comisario Bernard Postles sospechaba que la dama en cuestión había sido asesinada y temía que otras ancianas hubieran sufrido la misma suerte. El estudio encargado por Sanidad a Richard Baker, experto en auditorías clínicas de la universidad de Leicester y remitido ayer a la Fiscalía General, ha venido a confirmar los miedos del policía.

Harold Shipman, un hombre muy querido por sus pacientes, no sólo inyectó dosis mortales de diamorfina, un poderoso anestésico, a 15 pacientes indefensas, delito por el que cumple cadena perpetua. A lo largo de 24 años de carrera aplicó sus conocimientos a procurar la muerte de por lo menos 236 enfermos, posiblemente hasta 300, en lugar de aliviar sus dolencias, según el Ministerio de Sanidad.



En una labor sin precedentes elaborada en secreto hasta ayer, Richard Baker, antiguo médico de familia como Shipman, examinó los archivos relativos a su colega desde que éste obtuviera el título en 1974. Durante un año, Baker siguió el rastro dejado por el asesino en las localidades cercanas a Manchester donde ejerció hasta establecerse en Hyde.

Baker comparó primero el número de certificados de defunción firmados por Shipman con los expedidos en otras consultas similares de la región. A continuación tuvo que establecer las causas de cada muerte, a base de preguntar a los familiares el tipo de tratamiento que recibieron los fallecidos y los detalles del óbito. Para su sorpresa, la mayoría de los desaparecidos eran mujeres de avanzada edad que perecían de repente en su hogar y a primera hora de la tarde. En todos los casos, el médico las había visitado de improviso.

Una vez recopilados los datos, Baker hizo sus cálculos y vio que las cifras no casaban. En un cuarto de siglo, Shipman había informado de 236 muertes más en pacientes a su cargo -casi una al mes- que el resto de sus colegas. Para el comisario Postles, las conclusiones del estudio oficial han corroborado sus peores recelos.

A pesar de que sólo nueve de los 12 cadáveres exhumados hasta la fecha -todos pertenecientes al grupo de 15 mujeres cuyo asesinato ha podido demostrarse- mostraban restos de diamorfina, las circunstancias de la muerte de las 200 personas investigadas por sus agentes son similares a las de este grupo oficial de víctimas.

'Lees el trabajo de Baker y casi puedes titularlo Muerte al atardecer', dijo ayer Liam Donaldson, funcionario médico del Gobierno que suele anunciar las medidas sanitarias que afectan a todo el país. 'La estricta supervisión a que están sometidos hoy todos los médicos británicos, no sólo los de cabecera, impide que este tipo de tragedias pueda repetirse', añadió ayer, mientras los parientes de los muertos pedían que Shipman fuera juzgado de nuevo por sus crímenes.

Dicha posibilidad ha sido descartada por la propia Fiscalía General, que no cree que el médico pudiera tener un proceso justo a estas alturas. 'La publicidad dada al caso ha sido de tal magnitud que ningún jurado sería capaz de ofrecer un veredicto ecuánime si lleváramos otra vez a Shipman ante los jueces', en palabras de David Calvert, uno de sus portavoces. Para los hijos de las muertas, si los tribunales no pueden condenarle otra vez habría al menos que forzarle a que pidiera perdón por sus crímenes.

'Mientras no lo haga, no tendremos paz. La pena, el horror y la repugnancia que sentimos no cesarán hasta que Shipman explique lo que hizo', aseguró anoche Jayne Gaskell, que perdió a su madre a manos del médico. 'La única persona de la que nadie sospecharía algo así', según la asociación formada por los familiares de las víctimas.

Investigación

Para la juez Janet Smith, de 60 años y miembro del Tribunal Supremo, empieza ahora una de las labores más delicadas de su carrera. Sin fecha definitiva de apertura pero fijada para este año, la investigación que presidirá debe analizar el trabajo de Shipman, así como las negligencias, si es que las hubo, de la división de medicina familiar de la Asociación Médica Británica que le permitieron matar sin ser descubierto durante tantos años, y las normas que rigen el uso de drogas tan fuertes como la diamorfina por parte de los profesionales.

'Las familias saben que será un análisis prolijo y amargo, pero lo dan por bien empleado si con ello se evitan casos similares', admitió ayer Ann Alexander, la abogada de los hijos de las fallecidas.

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