domingo, 12 de febrero de 2012

Anatoli Onoprienko parte 2

Anatoli Onoprienko, la bestia de Zhitómir


 


 


 

Si bien Estados Unidos es el escenario de muchas de las andanzas de los tristemente célebres protagonistas de estas páginas, otros países han sido elegidos por estos dementes para realizar sus horribles crímenes.


 

Rusia y sus satélites también tienen su larga lista de personajes terribles (que no se limita a Stalin y Rasputín) y que en tiempos cercanos, muy cercanos, han ocupado páginas y páginas de periódicos.


 

En Ucrania se recuerdan dos nombres, dos personas que han segado decenas de vidas y que vieron acabar el siglo pasado. En el caso del que nos ocupa hoy, permanece en prisión a la espera de que se cumpla la pena de muerte, que pese a quedar congelada por decisión gubernamental, los ciudadanos exigen año tras año para este individuo.


 

Anatoli Onoprienko se considera a sí mismo “el mejor asesino del mundo”. En una nota distribuida por sus abogados asegura que “no me arrepiento de nada, y si pudiera, sin duda volvería a hacerlo”.


 

Volvería, si pudiera, a contabilizar 52 personas cruelmente asesinadas. De estas, 10 fueron niños y bebés.


 

El tiempo comprendido entre 1989 y 1996, año en que fue detenido, se considera en el país del Este como una época negra, oscura y llena de terror.


 

El origen del oscuro asesino parece remontarse a la infancia. Que extraño, ¿verdad?


 

Según confesó en el largo y problemático juicio, su madre murió cuando él contaba con cuatro años y había sido abandonado por su padre y su hermano en un orfanato, donde creció en un ambiente desde luego nada aconsejable.


 

Una vez con posibilidades de salir de allí, se enroló en la Marina Soviética, con la que viajó a lo largo y ancho del mundo. Uno de esos viajes le llevó hasta Rio de Janeiro, donde quedó cautivado por la imagen que ofrece el Cristo de Corcovado, que con sus brazos abiertos domina la ciudad.


 

La figura le marcó, de tal manera que en su mente, todas sus acciones posteriores eran marcadas con una cruz, en recuerdo de esta famosa figura.


 

Tras el paso por la Armada, fue bombero en la ciudad de Dneprorudnoye, donde se le calificó como un hombre “duro pero justo”.


 

Y con todo esto, llegamos a 1989.


 

El lugar, la región de Zaporijia. Onoprienko da el alto a un coche, que le evita e intenta escapar. Dispara con una escopeta contra el vehículo y mata al conductor. Luego, mata a la mujer, en el asiento del copiloto y masacra a los dos niños de la parte trasera con un cuchillo, mientras lloraban desconsolados.


 

“No quisieron detenerse ante la orden del diablo”, dijo en el juicio, en el que dio todo tipo de detalles acerca de este crimen, del que dijo que “era el principio del juego”.


 

Con nueve muertes a sus espaldas y con la policía estrechando el cerco sobre el asesino, decidió huir del país, y desplazarse a otros lugares para pasar desapercibido. Salió sin visado y llegó hasta Austria, desde donde pasó a Francia, Grecia y Alemania, donde cometió diversos robos e incluso pasó una temporada en prisión.


 

Expulasado y repatriado, volvió a Ucrania, y en esta época es cuando explotó la bestia.


 

Seis meses, medio año de auténtica locura y de horror desatado.


 

Dos mil agentes de policía, investigadores de la Policía Federal y Local, se movilizaron para encontrar a quien ya se consideraba una bestia satánica, un animal furioso que debía ser detenido a toda costa. Incluso se movilizó una división del Ejército para encontrarlo y acabar con él.


 

De octubre de 1995 hasta marzo de 1996 Ucrania recibió el más duro golpe de su historia reciente, sólo superado por la tragedia de Chernobyl. Cuarenta y nueve personas asesinadas sin piedad, sin más motivo que el ser robadas y todas ellas, por la mano de un mismo hombre.


 

El relato de las correrías de Onoprienko continuó durante el juicio.


 

En la Nochebuena de 1995, la familia Zaichenko disfrutaba de una agradable cena navideña, cuando Anatoli decidió entrar en su vivienda. Era una casa apartada, y aprovechó el momento. El padre murió a consecuencia de los disparos, pero la madre y los niños cayeron por las cuchilladas que el psicópata les propinó, uno a uno.


 

Después, incendió la casa, no sin llevarse un botín de la misma: un par de alianzas de oro , un crucifijo del mismo material y dos pares de pendientes. En eso valoró Onoprienko la vida de la familia.


 

Seis días más tarde, otra familia fue víctima de sus andanzas.


 

Rompió la ventana de la casa con un hacha y esperó a que saliera el padre. Lo mató con la herramienta y luego atacó a la mujer. Entró en la casa y asesinó al hijo menor, mientras la hija mayor, también de corta edad lloraba aterrorizada. A ella, la decapitó. Todo esto lo relataba con una tranquilidad pasmosa frente a los familiares de sus víctimas.


 

Una casualidad llevó a su detención, y el hallazgo de posesiones de los asesinados en su apartamento le condenó sin remisión.


 

En el juicio fue declarado en su sano juicio, y la condena a muerte ratificada por clamor popular, aunque todavía no se ha cumplido, a tenor de la moratoria de Unión Europea.


 

pea.


 

Hace unos días, Onoprienko ha vuelto a ser noticia. Ha declarado, desde su confinamiento, que "una voz intergaláctica" le impele a volver a matar, a cometer atrocidades. Por suerte, está a buen recaudo y no va a poder escapar para incrementar

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